Antes del 30 de septiembre algunos expresaban desconfianza y hasta cierto reconcomio por lo que viene aconteciendo en Ecuador. Querían más revolución. Y más aprisa. Hasta parecían no estar al día de las asechanzas que sufre cada tanto el país de la mitad del mundo. Pero el presidente Rafael Correa, sin duda un político hábil y perspicaz, no quería apresuramientos ni parecerse exactamente a nadie. Ni él ni su Revolución Ciudadana, el proyecto político que impulsa al amparo de la nueva Constitución redactada en Montecristi en 2008 y que justamente es síntesis de las luchas históricas de los diversos actores sociales ecuatorianos.
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